Juan


Juan El Apóstol - Nuestra información sobre el apóstol Juan proviene de dos fuentes: el NT y la patrística.

I. Referencias en el Nuevo Testamento


a. En los evangelios Juan era hijo de Zebedeo, probablemente el menor, porque excepto en Lucas y Hechos, se lo menciona después de su hermano Jacobo. Lucas da el orden Pedro, Juan, y Jacobo probablemente debido a que en la época de la iglesia primitiva Juan estaba íntimamente asociado con Pedro (Lc. 8.51; 9.28; Hch. 1.13). De Mr. 16.1 y Mt. 27.56 se infiere que el nombre de su madre era Salomé, porque Marcos designa con dicho nombre a la tercera mujer que, según se indica, acompañó a las dos Marías a la tumba, mientras que Mateo dice que era "la madre de los hijos de Zebedeo". Generalmente se considera que Salomé era hermana de María, la madre de Jesús, debido a que en Jn. 19.25 se dice que cuatro mujeres estuvieron cerca de la cruz: las dos Marías mencionadas por Marcos y Mateo, la madre de Jesús, y la hermana de su madre. Si esta identificación es correcta, Juan era primo de Jesús por el lado de su madre. Sus padres pueden haber sido de buena posición porque su padre, que era pescador, "tenía jornaleros" (Mr. 1.20); y Salomé es una de las mujeres que "servían a Jesús de sus bienes" (Lc. 8.3; Mr. 15.40). A menudo se ha identificado a Juan con el discípulo de Juan el Bautista que no se nombra, quien con Andrés fue enviado por Juan a Jesús como el Cordero de Dios (Jn. 1.35–37); y si leemos proµtos en Jn. 1.41, es posible que Andrés haya sido el primero de estos dos discípulos que llevó a su hermano Simón a Jesús, y que el discípulo no mencionado (Juan) posteriormente llevó a su propio hermano Jacobo. Sobre esto no hay seguridad, sin embargo, ya que hay variantes textuales. Después de haber sido llamados por Jesús para abandonar a su padre y la pesca (Mr. 1.19–20), Jacobo y Juan fueron apodados por él Boaneµrges, "hijos del trueno" (Mr. 3.17), probablemente porque eran galileos impetuosos y vivaces, de celo indisciplinado y a veces mal orientado (Lc. 9.49). Este aspecto de su carácter se demuestra en su reacción contra una aldea samaritana que había rehusado recibir a su Maestro (Lc. 9.54). Además, podemos ver que su ambición personal no había sido atemperada por una verdadera visión de la naturaleza del reino de Cristo, y este dejo de egoísmo, junto con su disposición para sufrir por Jesús, sin importarles lo que pudiera ocurrirles a ellos mismos, queda ilustrado por su pedido al Señor (estimulado por su madre [Mt. 20.20]) de que se les permitiera ocupar lugares de especial privilegio cuando Jesús entrara en su reino (Mr. 10.37).


En tres ocasiones de importancia, en las primeras etapas del ministerio de Jesús, Juan aparece en compañía de su hermano Jacobo y Simón Pedro, con exclusión de los otros apóstoles: en la resurrección de la hija de Jairo (Mr. 5.37), en la transfiguración (Mr. 9.2), y en el huerto de Getsemaní (Mr. 14.33); y, según Lucas, Pedro y Juan fueron los dos discípulos enviados por Jesús para preparar la cena final de la pascua (Lc. 22.8).


Juan no se menciona por nombre en el cuarto evangelio (aunque los hijos de Zebedeo figuran en 21.2), pero casi no cabe duda de que él es el discípulo "al cual Jesús amaba", que se reclinó sobre su pecho en la última cena (13.23); a quien Jesús encargó el cuidado de su madre en el momento de su muerte (19.26–27); el que corrió, junto con Pedro, a la tumba en la primera mañana de pascua, y el que primero comprendió todo el significado de los lienzos vacíos y colocados en orden (20.2, 8); y el que estuvo presente cuando el Cristo resucitado se reveló a siete de sus discípulos a orillas del mar de Galilea. La narración del último incidente en el capítulo 21, apoya la tradición posterior de que Juan vivió hasta una edad muy avanzada (21.23). La indicación de Jn. 21.24 con respecto a que el apóstol haya sido el autor del evangelio que se conoce por su nombre puede interpretarse de diferentes maneras.


b. En Hechos Según los primeros relatos del libro de Hechos, Juan, junto con Pedro, con quien permaneció íntimamente relacionado, tuvo que soportar el peso principal de la hostilidad de los judíos contra la iglesia cristiana primitiva (Hch. 4.13; 5.33, 40). Ambos mostraron tal audacia en palabras y hechos que asombraron a las autoridades judías, que los consideraban "hombres sin letras y del vulgo" (Hch. 4.13). Parecería que Juan, durante algunos años, continuó desempeñando un papel principal en la iglesia de Jerusalén. En nombre de los otros apóstoles, él y Pedro impusieron sus manos a los samaritanos que se habían convertido merced al ministerio de Felipe (Hch. 8.14), y pudo ser descrito como verdadera "columna" de la iglesia de Jerusalén en la época en que Pablo visitó la ciudad, alrededor de 14 años después de su conversión (Gá. 2.9). No sabemos cuándo abandonó Juan la ciudad de Jerusalén, ni a dónde fue después de su partida. Si suponemos que él es el que tuvo la visión descrita en el libro de Apocalipsis, presumiblemente se encontraba en Éfeso cuando fue desterrado a Patmos "por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Ap. 1.9), aunque la fecha de su exilio es insegura. No hay otra mención de Juan en el NT, aunque algunos eruditos creen que se refiere a sí mismo bajo el título de "el anciano" en 2 Jn. 1; 3 Jn. 1.
II. Menciones patrísticas


Hay ciertos indicios posteriores, aunque probablemente poco dignos de crédito, de que el apóstol Juan murió como mártir a principios de su carrera, quizás en la época en que su hermano Jacobo fue muerto por Herodes (Hch. 12.2). Un cronista del siglo IX, Jorge Hamartolos, reproduce, como ahora se puede comprobar, una afirmación que aparece en la historia de Felipe de Side (ca. 450), un fragmento pertinente de la cual fue descubierto por de Boor en 1889, en el sentido de que Papías, obispo de Hierápolis a mediados del siglo II, en el segundo libro de sus Exposiciones afirma que ambos hijos de Zebedeo murieron violentamente en cumplimiento de la predicción del Señor (Mr. 10.39). Aunque algunos entendidos aceptan este testimonio como genuino, la mayor parte considera a Felipe de Side como un testigo no confiable de Papías, y les impresiona la ausencia en Eusebio de toda referencia a un temprano martirio de Juan, como así también que el libro de Hechos no lo mencione, si en realidad ambos hijos de Zebedeo sufrieron en la misma forma y aproximadamente en la misma época. Es verdad que parecería apoyar la declaración de Felipe de Side una martirología siria escrita alrededor del 400 d.C., en la que la anotación correspondiente al 27 de diciembre dice, "Juan y Jacobo, los apóstoles de Jerusalén", como así también un calendario de la iglesia de Cartago de fecha 505 d.C., en el que lo anotado para la misma fecha dice "Juan el Bautista y Jacobo el apóstol al cual mató Herodes", porque los que aceptan esta prueba hacen notar que, como en dicho calendario se conmemora al Bautista el 24 de junio, la probabilidad es que la anotación para el 27 de diciembre haya sido un error por "Juan, el apóstol". Es muy dudoso, no obstante, que la martirología siria preservase una tradición antigua independientemente de la iglesia de habla griega; tampoco se desprende que, como ambos hermanos se conmemoran el mismo día, esto signifique que hayan muerto como mártires el mismo día también. Tampoco la referencia a los hijos de Zebedeo en cuanto a "beber del vaso" y "ser bautizados con el bautismo de Cristo" significa necesariamente que ambos estaban destinados a morir violentamente.


Contra Pelag esta tradición parcial y débilmente apoyada debemos colocar la tradición más contundente que se refleja en la declaración de Polícrates, obispo de Éfeso (190 d.C.), de que Juan, "que se reclinó sobre el pecho del Señor", después de haber sido "testigo y maestro" (nótese el orden de las palabras) "se durmió en Éfeso". Sepín Ireneo, fue en Éfeso que Juan "entregaba" el evangelio, y refutaba a los herejes; allí rehusó ampararse bajo el mismo techo que Cerinto, "el enemigo de la verdad", y en Éfeso se quedó "hasta los días de Trajano", que reinó en 98–117 d.C. Jerónimo también repite la tradición de que Juan permaneció en Éfeso hasta una edad muy avanzada, y menciona que cuando había que llevar alzado a Juan a las reuniones cristianas, repetía constantemente: "Hijitos míos, amaos los unos a los otros." El único indicio que podría contrastar con esta tradición, que ubica la residencia del apóstol Juan en Éfeso, es negativa en carácter. Se dice que si, como afirman los escritores de fines del siglo II, Juan residió mucho tiempo en Éfeso y tuvo considerable influencia, sería extraño encontrar una total ausencia de referencias al apóstol en la literatura cristiana de la época producida en Asia durante la primera parte del siglo, particularmente en las cartas de Ignacio y la epístola de Policarpo. Pero aun si resulta significativa la ausencia de alusiones a Juan en estos documentos, simplemente puede ser indicación de que "hubo una diferencia entre su reputación a principios y a fines del siglo". De cualquier manera, la objeción parececía insuficiente para derribar la tradición que posteriormente se afincó con tanta firmeza. Concluyen que "nada está mejor probado en la historia de la iglesia primitiva que la residencia y la obra de san Juan en Éfeso". Es verdad que Westcott escribió antes de que se hubiesen acumulado las pruebas relativas a un prematuro martirio de Juan, pero como hemos visto, las pruebas no son lo suficientemente adecuadas o confiables para refutar las claras afirmaciones del hombre que ocupó la sede de Éfeso a fines del siglo, y del que en el mismo período se dedicó primeramente a investigar las tradiciones de las sedes apostólicas.


Juan El Bautista


Nació (ca. 7 a.C.) de una pareja ya entrada en años, el sacerdote Zacarías. y su esposa Elisabet, y se crió en el desierto de Judea (Lc. 1:80), donde recibió su llamamiento profético ca. 27 d.C. (Lc. 3:2). La teoría de que pasó ese período en el desierto en relación con la comunidad de Qumrán u otro grupo esenio similar debe tomarse con cuidado; aun si pudiéramos probarlo, fue un nuevo impulso lo que lo llevó a "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc. 1:17), y su ministerio profético debe de haber comprendido una ruptura con cualquier grupo esenio o similar con el que pudiera haberse relacionado anteriormente. Cuando el espíritu de profecía descendió sobre él rápidamente ganó fama como predicador que llamaba al arrepentimiento nacional. Multitudes acudieron a escucharlo, y muchos fueron bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados.


Su actitud hacia el orden establecido en Israel fue de una radical condena: "el hacha", dijo, "está puesta a la raíz de los árboles" (Mr. 3:10; Lc. 3:9). Denunció a los jefes religiosos del pueblo como generación de víboras, y negó validez al simple hecho de descender de Abraham. Era necesario un nuevo comienzo; había llegado el momento de sacar de la nación en general un remanente leal que estuviera listo para la inminente llegada del que venía y del juicio que llevaría a cabo. Juan pensaba, y decía, de sí mismo, que era simplemente uno que había venido a preparar el camino de aquel que iba a llegar, y agregó que era indigno de llevar a cabo el más insignificante de los servicios. Mientras que el propio ministerio de Juan se caracterizó por el bautismo con agua, el del que vendría sería un bautismo con el Espíritu Santo y con fuego.


El que Juan trató de dar al remanente leal una existencia diferente y fácil de reconocer lo sugiere la expresión de Josefo (Ant. 18.117) de que Juan era "un buen hombre que instó a los judíos a practicar la virtud, a ser justos los unos con los otros, y piadosos para con Dios, y a unirse por medio del bautismo"; estas últimas palabras parecen incluir la formación de una comunidad religiosa a la que se entraba por el bautismo. Probablemente sea una evaluación precisa de la situación. Pero cuando Josefo continúa diciendo que Juan "enseñó que el bautismo era aceptable a Dios siempre que acudieran al mismo no para obtener la remisión de pecados sino la purificación del cuerpo, siempre que anteriormente el alma del cuerpo, siempre que anteriormente el alma hubiese sido purificada por la justicia", difiere del relato neotestamentario. Los evangelistas dicen bien claramente que Juan predicaba un "bautismo de arrepentimiento para remisión de pecados". Probablemente Josefo está transfiriendo al bautismo de Juan lo que sabía que era el significado del lavamiento entre los esenios; la Regla de la comunidad de Qumrán relata el significado de tales lavamientos en forma casi idéntica a la que emplea Josefo para el bautismo de Juan. Pero su bautismo como su predicación, bien puede haber significado un alejamiento de las creencias y prácticas de los esenios.


Entre los que acudían a Juan para bautizarse estaba Jesús, a quien Juan aparentemente recibió como aquel de quien había hablado, aunque posteriormente en la prisión tuvo dudas sobre su identidad, y debió ser reconfirmado en cuanto a que el ministerio de Jesús estaba marcado precisamente por las características que habían anticipado los profetas para la era de la restauración.


El ministerio de Juan no se limitó al valle del Jordán. La declaración en Jn. 3:23 de que dejó el valle de Jordán durante un tiempo y llevó a cabo una campaña bautismal en "Edon, junto a Salim", donde había una abundancia de agua, tiene consecuencias que fácilmente se pasan por alto probablemente ha ubicado bien el lugar al SE de Nablús, cerca de las fuentes del uadi Farah, o sea en territorio que entonces pertenecía a Samaria. Esto podría explicar ciertos elementos de la religión samaritana reconocidos en los primeros siglos cristianos, pero también hace resaltar las palabras de Jesús a sus discípulos en Jn. 4:35–38 con respecto a la gente de esa misma zona, y que terminan con la declaración de que "otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores". Las semillas de lo que cosecharon (Jn. 4:39, 41) habían sido plantadas por Juan.


Después de este período de ministerio en Samaria Juan debe haber regresado al territorio de Herodes Antipas, probablemente a Perea. Antipas sospechaba que era el jefe de un movimiento masivo que podía haber tenido resultados impensados; también despertó su hostilidad, y aun más la de su segunda mujer, Herodias, por la denuncia del profeta de que su matrimonio era ilícito. Por lo tanto, lo mandó a la prisión en la fortaleza de Maqueronte, donde algunos meses más tarde lo hizo matar.


En el NT se presenta a Juan principalmente como el heraldo de Cristo. Su encarcelamiento fue una señal para el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea (Mr. 1.14s); su actividad bautismal sirvió de punto de partida para la predicación apostólica (Hch. 10.37; 13.24s; 1.22 y Mr. 1.1–4). En opinión de Jesús fue el Elías prometido en Mal. 4.5, que debía venir y completar su ministerio de restauración en vísperas del "grande y muy terrible día del Señor" (Mr. 9.13; Mt. 11.14 Lc. 1.17). Jesús también lo consideró como el último y el más grande de los miembros de la sucesión profética: "la ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado" (Lc. 16.16). Por lo tanto, si bien nadie lo sobrepasó en estatura, fue (con respecto a privilegio) menos que el menor en el reino de Dios, y estuvo en el umbral del nuevo orden como su heraldo (en la misma forma en que Moisés había contemplado la tierra prometida desde el Pisga), sin entrar en ella. Sus discípulos mantuvieron la existencia corporativa del grupo por un tiempo considerable después de su muerte.



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