Veamos cómo está estructurado este período de tiempo de las setenta semanas de Daniel.
Es interesante observar que existen tres renglones, o tres separaciones en las 70 semanas. Se habla de 7 semanas, 62 semanas, y 1 semana. Alguna lógica debe tener esta estructuración que a simple vista no pareciera ser un capricho del ángel, ni de Daniel, ni mucho menos de Dios. Primero que nada debemos tener presente que la inquietud de Daniel gira en torno a lo que habrá de acontecer a su ciudad amada y a su pueblo muy querido.
Esa inquietud se pone de manifiesto cuando el mismo Daniel nos relata que estaba estudiando en los libros del profeta Jeremías acerca de las desolaciones que habría de padecer Jerusalén, por un lapso de 70 años, y que estaban a punto de concluir. En Daniel 9:25 el varón Gabriel comienza a estructurar el conjunto de las 70 semanas. Nos dice que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas. Nuestra pregunta lógica es ¿por qué razón Gabriel no integró de una vez las 7 semanas con las 62 semanas, diciéndonos sencillamente 69 semanas? La respuesta podría estar en que el primer período de 7 semanas marca algunos eventos de importancia tal que se separan de otros eventos que también tienen relevancia enorme, pero que se habrían de cumplir en el período subsiguiente de las primeras siete semanas. Además, podríamos inferir que este hecho de separar las 7 semanas de las 62 semanas siguientes anuncia que el tercer período del tiempo pautado para el pueblo de Daniel y la ciudad santa, las semana final de la profecía, tiene eventos marcados como trascendentes.
Es interesante observar que existen tres renglones, o tres separaciones en las 70 semanas. Se habla de 7 semanas, 62 semanas, y 1 semana. Alguna lógica debe tener esta estructuración que a simple vista no pareciera ser un capricho del ángel, ni de Daniel, ni mucho menos de Dios. Primero que nada debemos tener presente que la inquietud de Daniel gira en torno a lo que habrá de acontecer a su ciudad amada y a su pueblo muy querido.
Esa inquietud se pone de manifiesto cuando el mismo Daniel nos relata que estaba estudiando en los libros del profeta Jeremías acerca de las desolaciones que habría de padecer Jerusalén, por un lapso de 70 años, y que estaban a punto de concluir. En Daniel 9:25 el varón Gabriel comienza a estructurar el conjunto de las 70 semanas. Nos dice que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas. Nuestra pregunta lógica es ¿por qué razón Gabriel no integró de una vez las 7 semanas con las 62 semanas, diciéndonos sencillamente 69 semanas? La respuesta podría estar en que el primer período de 7 semanas marca algunos eventos de importancia tal que se separan de otros eventos que también tienen relevancia enorme, pero que se habrían de cumplir en el período subsiguiente de las primeras siete semanas. Además, podríamos inferir que este hecho de separar las 7 semanas de las 62 semanas siguientes anuncia que el tercer período del tiempo pautado para el pueblo de Daniel y la ciudad santa, las semana final de la profecía, tiene eventos marcados como trascendentes.
La historia nos muestra que Ciro, el rey de Persia, conquistó Babilonia poco después de que Gabriel diera su anuncio a Daniel. Eso también está profetizado en el libro de Isaías 45:1-7, pues Ciro haría una obra de liberación al pueblo de Dios al permitir el retorno de los exiliados. Y en el año 536 a.C. Ciro dio la orden para el inicio de la reconstrucción del templo de Jerusalén. En el libro de Esdras, capítulo 1 vemos que se dice que En el primer año de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo:…Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Pero ese despertar de Jehová fue el inicio preparatorio para que el pueblo judío se fuese animando poco a poco. Lo demuestra el hecho de que posteriormente hubo dos decretos más que se ubicaban en el mismo sentido. No obstante, cada decreto era una especie de recordatorio y de acatamiento del anterior decreto y se referían fundamentalmente al templo.
Esos otros decretos fueron registrados también en el libro de Esdras, capítulos 6 y 7. Uno fue promulgado por Darío (cap. 6) y el otro por Artajerjes (cap. 7). Estos decretos permisaban la reconstrucción del templo pero no hablaban de la reedificación de la ciudad. Si nos fijamos en lo que dice Esdras en el capítulo 4, veremos que los judíos habían empezado la reconstrucción de la ciudad, pero sin permiso real, asunto que les valió la suspensión del permiso otorgado para reconstruir el templo. De esta forma quedan descartados estos tres decretos como marcadores de la fecha de inicio del cumplimiento de las setenta semanas proféticas.
Pero es Nehemías en capítulo 2:1-8 quien registra el decreto de Artajerjes, hecho en su vigésimo año de gobierno, en el cual se concede, por primera vez –si comparamos con los tres decretos precedentes- el permiso para la reedificación de la ciudad de Jerusalén. Es este decreto el que marca la fecha del inicio de las setenta semanas, y se encuentra ubicado en el año 445 a.C., precisamente en el mes de Nisán judío, equivalente al mes de Marzo. Según los historiadores y cronólogos seculares –no eclesiásticos ni judaicos- este decreto persa fue promulgado el 1 de Nisán, o lo que es lo mismo el 13 de Marzo.
La manera de contar y calcular los años, meses y días es muy distinta en nuestro calendario gregoriano –su nombre obedece al interés de cambiar la forma de contar el tiempo propuesta por un Papa llamado Gregorio. En vez de seguir contando el tiempo bajo el criterio de años lunares de 360 días se pasó a años solares, de 365 días. Por supuesto que para saber con exactitud la variación del tiempo en este cambio del calendario hay que acudir a los servicios astronómicos de expertos. La fecha exacta del decreto calculado por los expertos astrónomos es el 13 de Marzo de 445 a.C. a las 7 horas y 9 minutos de la mañana. El hecho de que el día trece ya hubiese comenzado –pues ya llevaba 7 horas y 9 minutos ubica al 1 de Nisán en el día 14 de Marzo.
Si hacemos un ejercicio práctico para saber de lo que estamos hablando, podemos mirar nuestro reloj. Digamos que son las 12 del mediodía. El segundero echa a andar y el minutero también. Ya han recorrido los minutos que usted quiera, pueden ser 12 minutos. Esos minutos no pertenecen a las 12 sino a las 13, es decir, a la hora siguiente. En un reloj con hora militar, el tiempo es medido en 24 horas continuas. Por lo tanto, después de las 12 viene la hora 13. El tiempo que transcurre entre las 12 y las 13 pertenece realmente a la hora 13. Es por ello que el 13 de Marzo de 445 a.C. cuando son las 7 horas y 9 minutos de la mañana, ese tiempo recorrido estaría ubicado en el día 14.
Debemos tener claro que este decreto relatado en Nehemías es el único que permite la reconstrucción de Jerusalén. Nehemías era el copero del rey y en su trabajo, sirviéndole vino al rey, éste observó su tristeza. Nehemías aprovechó para decirle al rey que su tristeza radicaba en el hecho de que su ciudad, la de los sepulcros de sus padres, estaba desértica, y sus puertas consumidas por el fuego. El rey entonces le preguntó a Nehemías qué cosa era la que estaba pidiendo, pues insinuaba muy sutilmente al argumentar que esa era la causa de su tristeza. Nehemías aprovechó la ocasión para orar a Dios, antes de responder al rey, quizás mentalmente, no sabemos cómo. Inmediatamente de haber orado pidió al rey ser enviado a Judá para reedificarla. Y después de haberle respondido al rey cuánto duraría el viaje junto con los trabajos, el rey aceptó y le envió. Siguió Nehemías pidiendo al rey salvoconducto para con los gobernadores del otro lado del río, así como una carta para Asaf, el guardabosque del rey, para conseguir la madera que necesitaba para tal trabajo. El rey se complació en la petición de Nehemías, según la benéfica mano de Jehová puesta en Nehemías.
El decreto nació allí y con ese decreto nacía el conteo regresivo de las setenta semanas reveladas a Daniel, setenta semanas determinadas sobreel pueblo de Daniel y sobre la santa ciudad de Daniel (Jerusalén) para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. La manera en que están propuestas y desglosadas las setenta semanas, en siete, sesenta y dos y una semana, tiene también el significado de querer mostrarnos que en esos períodos particulares de tiempo se deben cumplir una serie de eventos que conducirán inevitablemente a otros eventos. En otros términos, lo que se cumpla en las primeras siete semanas tendrá su influencia en lo que se cumpla en las sesenta y dos semanas siguientes. Cumplidas ya las sesenta y nueve semanas queda una semana pendiente, que no es continua. Tiene su explicación particular entre otras razones porque fue subrayada por Jesucristo mismo, cuando hizo referencia a la profecía de Daniel diciendo el que lea entienda. Pero hay más, si Gabriel hubiese dicho que habrían 70 semanas para terminar la prevaricación y todo lo demás que dijo, y no hubiese desglosado las mismas en 7, 62 y 1, entonces estaríamos confundidos en cuanto a su cumplimiento, y en cuanto a cuándo se ha estado cumpliendo. El solo hecho de haber reservado una semana, la última, en un desglose particular, a la que se refiere el verso 27 de Daniel 9: Y por otra semana confirmará el pacto con muchos (el príncipe que ha de venir del verso 26), supone un período de tiempo distanciado de lo anterior. Un príncipe que ha de venir, como dijo Jesucristo, la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, el que lee entienda, está ubicado en esta semana setenta. Ese mismo príncipe sigue siendo anunciado en el libro de Juan, el Apocalipsis. El período de tiempo es el mismo, siete años, divididos en dos partes, tres años y medio y tres años y medio, porque en cada subperíodo de la semana setenta habrá de acontecer un conjunto de cosas muy particulares.
La Biblia se nos presenta en forma interesante y muchas veces sus profecías han sido escritas para que se puedan comprender en un tiempo determinado y no necesariamente en todos los tiempos. Por ejemplo, hay una profecía dicha a Daniel en la que se le dice sella estas cosas hasta el tiempo del fin, e inmediatamente se marcan los acontecimientos de ese tiempo del fin en que se comprenderá la profecía. Jesucristo mismo hablaba que él utilizaría las parábolas para que la gente que no ha de entender no entendiese. Pero dijo que a nosotros, sus hijos, nos hablaría claramente, lo cual quiere decir que entenderíamos.
Sucede que cuando entendemos los eventos relatados en las profecías de Daniel comprendemos en forma total las cosas dichas para los tiempos finales. Pero a veces tenemos que hacer un esfuerzo intelectual por comprender los eventos históricos que acontecen en las cercanías de los tiempos del cumplimiento de lo profetizado. Ese esfuerzo intelectual, como apoyarse en datos históricos, en datos de la ciencia astronómica –para determinar lo que es un año lunar y diferenciarlo de un año solar, por ejemplo-, es parte del imperativo de Jesucristo cuando nos dijo: el que lee entienda. Debemos entender y eso implica realizar un esfuerzo por comprender. Pero de igual forma no podemos esperar que todos estén de acuerdo con lo que hayamos comprendido, pues si bien la Escritura no es de interpretación privada, sino que ha de ser una sola dentro del pueblo de Dios, no todos los que dicen estar en el pueblo de Dios son parte del pueblo de Dios. Juan nos dice que muchos han salido para comprobar que no eran de nosotros. Por otro lado la profecía no fue dada para el mundo, para el no creyente. La profecía fue dada como una orientación, reloj y brújula en la vida de los creyentes. El mundo siempre tendrá un argumento con el cual ellos mismos se disuaden para no ver la mano del Todopoderoso. Dirán que esos son acontecimientos propios del devenir histórico, pero no verán en ellos ninguna Providencia dirigiendo el mundo hacia un destino trazado. De allí que las profecías pasan a ser un mapa en la mano del creyente, para buscar consuelo y esperanza en medio de nuestro tránsito hacia el hogar celestial, ya que nuestra ciudadanía está en los cielos.