Leer | 2 Pedro 3.18
No son muchas las personas que pueden decir que el día que aceptaron a Cristo, alguien les explicó cómo crecer espiritualmente. De hecho, algunos creyentes jamás son discipulados. Dios quiere que sus hijos exhiban la imagen de Cristo, pero no creceremos en nuestra fe a menos que tomemos algunas medidas.
Primero, tenemos la responsabilidad de renovar nuestra mente (Ro 12.2). Aunque Dios nos salva y nos da un nuevo espíritu, no nos da un nuevo cerebro. Nuestras mentes tienen muchas zanjas que han sido cavadas por la rebeldía, el egoísmo, y los malos hábitos. Por eso es importante meditar en la Biblia, que expresa los pensamientos de Dios. Meditar es más que leer, ya que involucra pensar en lo que significan las palabras y después poner en práctica la verdad. No hay forma de crecer espiritualmente sin guardar las Sagradas Escrituras en nuestra mente.
Un segundo paso hacia la madurez espiritual es estar dispuestos a reconocer y asumir la responsabilidad por las fallas. Cuando negamos nuestros pecados, detenemos el crecimiento, pero cuando confesamos nuestras faltas al Señor, sucede lo contrario —el crecimiento es inevitable.
El tercer paso sigue naturalmente al segundo: después de la confesión debe venir el arrepentimiento. Esto es más que el reconocimiento de haber pecado o la promesa de no hacerlo de nuevo. El arrepentimiento significa que nos comprometemos a dar media vuelta y dirigirnos en dirección opuesta a nuestro pecado.
El propósito de nuestro Padre celestial es que todos los creyentes avancen hacia su semejanza a Cristo y que su relación con Él crezca cada vez más.